"No es la primera vez que tras el 11-M se habla de lo mucho que nos conviene llevarnos bien con el régimen marroquí para evitar amenazas islamistas, porque entre los terroristas había marroquíes pero no saharauis."
"La historia no tiene marcha atrás", dijo el candidato a las elecciones europeas socialista, Juan Fernando López Aguilar. Cuando un progresista como él habla del movimiento de la historia en estos términos tan solemnes, lo normal es asociarlo con la antesala de un movimiento de imparable marcha hacia delante, hacia el cambio que exige la reparación de los errores y las injusticias. Pues no, porque en este caso lo dijo refiriéndose al Sáhara y quien haya seguido mínimamente la política buenista de Zapatero sabe muy bien que la colonia española es el único punto en el planeta donde el progresismo socialista considera que lo suyo no es enderezar los entuertos como el que hace 33 años propició que Marruecos invadiese esa tierra en un flagrante desafío a la comunidad internacional.
Lo más apropiado en las circunstancias del candidato canario hubiese sido decir: "La historia en el Sáhara no tiene marcha atrás y de eso nos encargamos nosotros, los del PSOE". Él, por ejemplo, es responsable de una contribución impagable para la monarquía alauita: mover los hilos para iniciar un proceso de sorprendente memoria histórica que puede acabar etiquetando al Frente Polisario de movimiento terrorista. Gracias a ello, el régimen marroquí se está mostrando complaciente con los planes que, con mucho apoyo francés, se están perfilando con dinero procedente de Bruselas, para que las islas Canarias puedan ampliar su horizonte de inversiones y expansión económica (algo saturada) sobre el territorio que se extiende a menos de media hora de vuelo desde sus costas.
Sólo por eso López Aguilar debería llevarse la palma de oro al cinismo y la perversión política. Pero tiene duros competidores dentro de su partido. El ministro Moratinos, por ejemplo, le sigue muy de cerca en el ranking de los amigos socialistas de Mohamed VI gracias a los puntos logrados en las categorías de intriga e hipocresía. Ahí lo tenemos, por ejemplo, en su actuación en el Congreso el pasado día 17, haciéndose pasar por un siervo abnegado del derecho internacional y, a la vez, proponiendo a sus señorías ser sensatas y dar puerta de una vez al engorro del Sáhara con una solución que le da una patada en el cielo del paladar a la doctrina de la ONU sobre el asunto: presionar a los saharauis para que acepten la anexión a Marruecos sin necesidad de que se organice un referéndum para el ejercicio de su autodeterminación. ¿Que la historia no tiene marcha atrás? Pues más retroceso que ese, imposible, como mínimo hasta 1975, cuando el franquismo intentó lo mismo con los acuerdos que entregaron el Sáhara a Marruecos violando el derecho internacional.
Lo más llamativo de esa sesión parlamentaria, sin embargo, fue la escasa resistencia que el resto de las fuerzas políticas opusieron al canto de sirena con el que Moratinos les vendió la burra asegurándoles que con su plan se cumple con la legalidad de la ONU y se contribuye a la paz internacional. En general dieron por bueno el argumento de que la solución debe satisfacer a las dos partes por igual, como si se pudiese poner en una misma balanza al ladrón y la víctima. Alguna de sus señorías incluso llegó a alegar que así tiene que ser para que Mohamed preste esa colaboración que tanto necesitamos en materia de seguridad si queremos evitar un nuevo 11-M.
Ningún diputado sin embargo igualó la oratoria del responsable de política exterior en el Congreso del PP, Gustavo de Arístegui, para convencer a sus señorías de la gran razón que tiene Moratinos al pedirles que no le hagan caso a los que no se pliegan al engaño y que se adhieran a su plan a favor de una aplicación del derecho internacional flexible y realista. Es decir, de entrega del Sáhara a Mohamed VI. Y es que ahora el apoyo a la autodeterminación es un asunto facha, dicen los gobernantes marroquíes –famosos por su ejemplar progresismo– y sus amigos socialistas en Madrid, de modo que lo normal es que el PP centrista, moderado y reformista, que quiere abjurar de la crispación de la que le acusa la izquierda, haya acabado por apuntarse también a la progresía proalauita.
En cualquier caso, Arístegui demostró lo bien merecida que tiene la medalla con la que Mohamed VI ha premiado la metamorfosis del PP, al dejar de ser para la monarquía alauita un reputado islamófobo en los tiempos del PP de Aznar, para volver a ser un amigo y hermano del pueblo marroquí. Vamos como en los tiempos de la derecha de Arias Navarro, Solís y Fraga. El portavoz del PP bordó su intervención con dos argumentos definitivos: no debemos inquietarnos tanto por la suerte de un pueblo saharaui sometido a sus invasores porque el régimen marroquí ya no mata como antes, sólo maltrata lo normal por esas latitudes; y segundo, hay que liquidar el problema del Sáhara lo antes posible o el islamismo aprovechará la confusión que reina en la zona para hacerse fuerte y actuar en nuestra contra.
No es la primera vez que tras el 11-M se habla de lo mucho que nos conviene llevarnos bien con el régimen marroquí para evitar amenazas islamistas, porque entre los terroristas había marroquíes pero no saharauis. Pero hasta ahora la única relación probada entre Sáhara, 11-M y fallos en la colaboración hispano-marroquí está en el enfado morrocotudo que Mohamed VI tenía con Aznar, entre otras cosas por haber apoyado en la ONU el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.
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